miércoles, 3 de octubre de 2007

Clientelismo - documento 3

Clientelismo
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Definición:
Para comprender el uso que actualmente se le da al término c. en las ciencias y en la sociología políticas, probablemente sea útil partir de lejos, señalando, aunque sea brevemente, las clientelas y los clientes de las sociedades tradicionales y, de manera particular, la clientela romana que no sólo le dio el nombre al fenómeno sino que indudablemente es el ejemplo más conocido: en Roma, por clientela se entendía una relación entre sujetos de status diverso que se entablaba al margen del la comunidad familiar, aunque dentro de su órbita; relación de dependencia económica y política, al mismo tiempo, que llegaba a estar sancionada en el mismo campo religioso, entre un individuo de rango más elevado (patronus) que protegía a sus propios clientes, los defendía en los juicios, testificaba en su favor, les asignaba una tierra de su propiedad para el cultivo y un ganado para que lo criaran, y uno o varios clientes que eran individuos que gozaban del status libertatis, en general siervos libertos o extranjeros inmigrantes, que a cambio no sólo se mostraban sumisos y deferentes sino que obedecían y ayudaban de diversas maneras al patronus, defendiéndolo con las armas, testificando en su favor en los tribunales y prestándole ayuda aun en el nivel financiero cuando así lo requerían las circunstancias.

Partiendo de esa descripción, por más somera que sea, no debe resultar difícil definir las relaciones de clientela como fenómenos típicos de una sociedad tradicional como la romana en que, no sólo en los tiempos más antiguos de la República, sino también en una época más tardía, y a pesar de las ampliaciones territoriales y del desarrollo de una economía mercantil, seguía prevaleciendo una economía natural cerrada orientada más a la producción para el consumo que para el intercambio.

En esta clase de sociedades la organización política se puede reducir en primer lugar a la comunidad doméstica - que además de ser la estructura económica fundamental en que se llevaba a cabo el cultivo de la tierra, era también un microcosmos político autónomo, gobernado y protegido por el pater familias- y sólo en una segunda instancia a una comunidad política estatal constituida prácticamente por la asociación de varias comunidades familiares (res pública), comunidad que en cuanto tal no tenía la posibilidad de asegurar -como de hecho sucedió en la casi totalidad de las sociedades tradicionales, organizadas todas ellas más o menos del mismo modo- una tutela eficaz de los propios miembros, tutela que recaía, pues, en estructuras familiares que de esta manera llegaban a adquirir una importancia preponderante: los siervos libertos y los extranjeros de reciente inmigración en la ciudad no encontraban solución más adecuada que la de buscar la protección de las personas importantes de extracción gentilicia que poseían la tierra y cumplían las funciones políticas centrales ofreciendo a cambio sus propios servicios.

Pero dejando a un lado el mundo romano, las estructuras clientelares son un fenómeno difundido aún dentro de las demás sociedades tradicionales: en cuanto tales han sido objeto de estudio esencialmente por parte de los antropólogos. Términos como clientela y c. no pueden, sin embargo, considerarse por esto como patrimonio exclusivo de la investigación antropológica: partiendo de lo dicho hasta ahora, no es difícil llegar al uso que se les ha dado a los mismos términos en la ciencia política, uso que se encuentra en primer lugar en las investigaciones sobre la modernización política y sobre aquellas realidades sociales que están a caballo entre la tradición y la modernidad, en que por una parte el modo capitalista de producir y por la otra la organización política moderna cimentada en un aparato político-administrativo centralizado han penetrado, pero no han logrado, sin embargo, trastocar completamente las relaciones sociales tradicionales y el sistema política preexistente. A pesar de que el impacto con las estructuras del mundo moderno atacó la red de vinculaciones clientelares y a pesar de las relaciones de dependencia personal se abolieron formalmente.

Tienden, sin embargo, a sobrevivir y a adaptarse, tanto frente a la administración centralizada como frente a las estructuras de la sociedad política (elecciones, partidos, parlamentos) con la diferencia fundamental de que, mientras que en la sociedad premoderna los sistemas clientelares formaban verdaderos microsistemas autónomos, salvo raras excepciones en que sobreviven como tales y se presentan como alternativa al sistema político estatal, y tienden a unirse e integrarse en una posición subordinada con el sistema político moderno: un ejemplo clásico es el partido de "notables" -no notables en sentido genérico, sino como propietarios del suelo-, encabezados, como los "señores de casa" premodernos, por una red de relaciones clientelares que ahora se transforma, sin embargo, en estructuras de acceso y contacto con el sistema político. Especialmente en la época de sufragio restringido -aunque no faltan ejemplos posteriores a la introducción del sufragio universal-, el notable, al que le estaba reservada de hecho o de derecho una relación privilegiada con el poder político, funge como elemento de empalme de éste con la sociedad civil y con los propios clientes a los que les sigue dando protección y ayuda en las relaciones con un poder a menudo distante y hostil, a cambio, ahora, de consensos electorales.

El partido de "notables", que acabamos de describir, típico de las formaciones sociales en vías de desarrollo, no abarca sin embargo toda la gama de fenómenos a los que se aplica el término c. Representa más bien un lazo de unión con el c. ligado a la difusión de la organización política moderna, especialmente a la de los partidos de masa. Refiriéndonos sólo a estos últimos (aunque el discursos puede aplicarse también a la burocracia moderna), no hay duda de que su acercamiento con la sociedad civil es en principio contraria a la clientelar, basándose en vínculos horizontales de clase o de intereses, a los que se les proporciona una agregación política, ante todo en los mismos contextos en que se había planteado el partido de" notables", en el que el desarrollo determina procesos de desagregación social a menudo macroscópicos, en el que los partidos y las estructuras políticas modernas se imponen "desde lo alto", sin el apoyo de un adecuado proceso de movilización política, en lugar del c. que tiende a consolidar un estilo clientelar en que están interesados por encima de los ciudadanos, no tanto los notables tradicionales sino los políticos de profesión, que ofrecen a cambio de legitimación y sostén (consensos electorales) toda clase de recursos públicos de los que pueden disponer (cargos y empleos públicos, financiamientos, licencias, etc.).

Es importante señalar que esta forma de c. a semejanza del tradicional-no tiene como resultado una forma de consenso institucionalizado sino más bien una red de fidelidades personales que pasa tanto a través de un uso personal por parte de la clase política de los recursos estatales como, partiendo de éstos, aunque en términos más mediatos, a través de la apropiación de recursos "civiles" autónomos.

Se puede hablar de clientela y de c. fuera de las formaciones sociales atrasadas o en transición: nos referimos en este caso a los fenómenos descritos en el análisis del bossismo y de la machine politics en un contexto como el de los estadounidenses que, si bien presenta en determinados sectores (áreas suburbanas, inmigrados, negros, etc.) características de la
desagregación social parecidas a las de las áreas en vías de desarrollo, que como tales justifican fenómenos de tipo clientelar, presenta, sin embargo, también un c. difundido a escala nacional, que puede reducirse a la fragmentación de la sociedad civil en una pluralidad de grupos de interés en competencia recíproca, que paradójicamente encuentran, en una singular
disponibilidad de recursos, lo que, por un lado, no los obliga a una restructuración en términos de clase, aunque sea lejana, de acuerdo con el modelo de los partidos europeos (véase C. W. Mills, Whitecollar, Nueva York, 1951, sobre las diferencias entre partidos norteamericanos y partidos europeos) y, por otro, les permite coexistir.

En cuanto a estos recursos, la parte que proviene del sector público o controlada públicamente -excepción hechas de los grupos más grandes de poder dentro de la sociedad civil que son capaces de imponer sus propias decisiones a la clase política- se asigna en términos rigurosamente clientelares que tienen mucho en común con el c. de las zonas atrasadas, descrito anteriormente, y que como tales entrañan formas de adquisición de consenso por medio de un intercambio y , por consiguiente, también fenómenos de personalización del poder sumamente evidentes.

Pasando ahora a Europa, aunque con no pocas diferencia, también ahí se encuentra un c. con no pocos puntos de contacto con el que acabamos de describir, aunque afecta sólo a un sector más restringido de la estructura social formado por los estratos intermedios, excepción hecha de las situaciones en que estos estratos se ven prácticamente obligados por las relaciones entre las dos clases capitalistas dirigentes -relaciones que prevén una institucionalización del conflicto entre estas dos clases y que, como en el caso británico, permiten el desarrollo de un sistema bipolar de partidos- a convertirse en gran parte en el séquito de masa de los partidos de inspiración burguesa. Podemos señalar el problema sólo en términos sumamente esquemáticos: en donde las clases subordinadas gozan de una ciudadanía política incompleta y sus partidos se consideran como u obligados a convertirse en partidos "antisistema" (de lo que resulta un modelo muy distinto de hegemonía capitalista), los estratos intermedios se ven estimulados para traducir la disgregación de clase que los caracteriza en una fragmentación política que es directamente proporcional a la relevancia de sus consensos por la estabilidad del sistema político. ¿Cómo responden los partidos burgueses "con vocación mayoritaria" a estas tendencias centrífugas? Nos parece que se le puede contraponer el empleo de recursos simbólicos, o sea a la búsqueda de una reestructuración política a través del recurso a símbolos que pueden definirse genéricamente como "defensivos" (anticomunismo, nacionalismo o cualquier otro istmo), el empleo de recursos mucho más materiales cuya falta de intereses homogéneos se suple, como en la political machine (véanse los casos de la democracia cristiana, que pasa de ser un partido religioso y en parte de notables en sentido tradicional, pero también en gran parte basado en el llamado anticomunista de 1948, a la situación denunciada actualmente por todos y, en Francia, el paso del degaullismo de la grandeur al de los "barones"), por medio de formas de incentivación individualista o corporativa que, sin prever ninguna agregación orgánica de intereses en un marco político, realizan un intercambio de tipo claramente clientelar entre los consensos electorales de los individuos o de los grupos y los recursos que el estado pone a disposición del personal partidista.

Referencia: Diccionario de Política - Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino. 7º edición corregida y aumentada. Siglo XXI Editores.

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